martes, 21 de julio de 2015

Un vistazo al contexto salvadoreño sobre los desafíos y expectativas en la búsqueda de la Educación Inclusiva PARTE II

1.      Más que un enfoque para la educación
Si bien este artículo denota un sentido pedagógico en su abordaje, no considerar el resto de aristas de este fenómeno sería un análisis reduccionista y con poca solidez. De la misma manera que la educación inclusiva no solo se enfoca en garantizar una escuela más tolerante y solidaria con niños, niñas y jóvenes con alguna discapacidad física, mental o de aprendizaje, la Inclusión es un tema que no le compete exclusivamente a la educación, pues se afirma que no pueden construirse sistemas educativos más inclusivos sin tomar en cuenta factores políticos y económicos que generan la exclusión (González, 1998; Raffo, 2009), y a estos factores habrá que agregar el factor cultural, que también se convierte en una realidad que presenta limitantes al momento de hablar de la inclusividad. En relación con esta postura, Escudero y Martínez (2011) consideran que la educación inclusiva requiere analizar algunos vectores sin caer en eufemismos, siendo estos: ideológicos y éticos; referidos a los sujetos; políticos y económicos; relativos al gobierno y la administración de la educación; al currículo, la enseñanza-aprendizaje y el profesorado, y comunitarios (Escudero & Martínez, 2011).



1.1               Vectores ideológicos y éticos en el análisis de la educación inclusiva
Considerar que la educación inclusiva tiene una explicación desde el punto de vista ideológico y ético no ha sido una postura única de profesionales que a nivel internacional han generado sus aportes, también en la Política de Educación Inclusiva de nuestro país se considera la postura del reconocimiento de la diferencia como parte de la nueva ética para el mundo, propuesta por el filósofo lituano de la década de los 70s, Emmanuel Levinas, quien amplia y profundiza el debate de la Diferencia y la Diversidad en los 90s con sus obras: Dios, la muerte y el Tiempo; El Tiempo y el Otro; Entre nosotros; y Humanismo del otro hombre.

Para Escudero y Martínez el hecho de reconocer y valorar la educación como un derecho esencial que ha de garantizarse a todas las personas, convierte necesariamente a la educación inclusiva en una categoría más del universo de la ética, justicia social, democracia, equidad, y por tanto como lo sostiene Grossman (2008), es también parte de la educación para la ciudadanía. Todo lo anterior equivale a valores y situaciones sustantivas, en ningún momento abstractas, como lo afirman estos actores que citan a Booth (2005) para concluir que al mencionar equidad, participación, compasión, respeto activo de la diversidad, no bastan la tolerancia, la honestidad, la realización de derechos y la sostenibilidad. Puesto que la educación inclusiva no significa únicamente evitar o evadir la exclusión, sino que requiere un poco de utopía realista, que por absurdo que parezca deben iniciar a dinamizar políticas, culturas y prácticas, sin caer en estrategias caritativas sino más bien, morales y de justicia social (Escudero & Martínez, 2011). Los autores finalizan su análisis considerando y citando al Bristol City Council (2003), que sostienen que la educación inclusiva es la única educación moralmente defendible.

1.2              ¿Quiénes son los sujetos a quienes se dirige la educación inclusiva y cuál es la educación y los aprendizajes de los que tanto se habla?
La búsqueda de respuesta de estas dos interrogantes debe ser considerada por separado, aunque guarden una estrecha relación. Por tanto, la respuesta a la primera pregunta sobre quiénes son los sujetos de la educación inclusiva, en un primer momento y considerando una respuesta mediática diríamos que se trata de todas las personas, pues todos somos sujetos del derecho universal bajo el cual se ampara. Pero en una respuesta más sólida, se expresará que la educación inclusiva se dirige a aquellas personas y/o grupo de personas que desde hace muchos años atrás y hasta nuestros días, siguen siendo privados del derecho a la educación. Ya Bristol City Council (2003) realiza una identificación de estas personas o grupos de personas: niños y niñas pobres, minorías étnicas y/o religiosas, asilados, ambulantes, con necesidades educativas especiales, talentosos, sujetos bajo protección social, enfermos, familias en situación de desventaja económica, social y cultural, con riesgos de desafección a la escuela y con mayores dificultades escolares. La lista podría continuar y volverse más extensa, pero no se trata solo de identificar a estas personas, sino más bien, de identificar y dinamizar políticas, sistemas educativos, centros de enseñanza, currículo, enseñanza (en el sentido amplio de este término), docentes y otros profesionales que demuestren ciertas convicciones, capacidades y compromisos, para que se garantice la educación de calidad de todas las personas y nadie se quede afuera (Martínez, 2002).

Mientras tanto, y en relación con la segunda interrogante, por años, y no solo en el sector privado de la educación, ha interesado y hasta ha sido un tanto obsesivo el hecho de la eficacia competitiva en los resultados académicos, que, aunque importa y pueden reflejar el nivel de desempeño y alcance de las competencias de un determinado nivel educativo; debería preocupar más la calidad del proceso para llegar a desarrollar habilidades y/o competencias, considerando enseñanzas como aprendizajes integrales (conocimiento, procedimiento, actitudes y emociones). Por tanto, la educación inclusiva demanda dejar a un lado planteamientos mercantiles y competitivos en extremo para adoptar posturas en donde las competencias a desarrollar olviden la estandarización y opten por objetivos y trayectorias personalizadas, realización de proyectos no reducidos a la escolarización formal y sus tiempos, sino extendidos más allá de ellos. En pocas palabras, pensar en un modelo donde la educación inclusiva sea el eje o enfoque fundamental, pasará necesariamente por articularse con la inclusión social.



1.3              Inexcusablemente un tema político y económico
Evadir o intentar evadir el tema político y económico en el abordaje de la educación inclusiva no solo generaría un pobre análisis del tema, sino también volvería poco viables las acciones, propuestas o resultados que se obtengan. Según Escudero y Martínez (2011) buena parte de las barreras contrarias a la inclusión son políticas y económicas. Pues tanto dentro como fuera del sistema educativo existen poderes económicos, sociales, políticos y culturales que producen y reproducen desigualdades injustas, marginación y exclusión. Este análisis hace recordar que los vectores ideológicos y éticos que han sido abordados anteriormente, necesariamente trastocan el ámbito económico y político, pues en la medida en que se realice una distribución justa y equitativa de los recursos con los que se cuenta para el bien común de la educación, se dirá entonces que se está iniciando por un buen camino para llegar a la educación inclusiva. De manera que, donde existan estructuras políticas cuyas decisiones no respondan a erradicar o al menos disminuir exclusiones en diferentes ámbitos, el discurso seguirá llenando de esperanza pero la realidad será casi imposible que refleje algún cambio.

Por otro lado, el vector político no solo equivale hablar de las grandes fuerzas sociales y económicas de la sociedad, pues dentro de las instituciones educativas y las aulas también han existido y existen relaciones y decisiones del mismo tipo, por ejemplo, las agrupaciones de estudiantes en ocasiones por aquellos que registran un mejor rendimiento académico y los no tan “aventajados”; obsesión por culminar los contenidos del programa sin importar su verdadera asimilación, omisiones e indiferencias de personas como de habilidades y aptitudes. De la misma forma valdría la pena citar el ejemplo de aquellos docentes que se preocupan como los que no se preocupan por ejecutar acciones – por mínimas que parezcan – para evitar que sus estudiantes fracasen, deserten o abandonen la escuela. Por lo tanto, la escuela y sus docentes se convierten en institución y agentes políticos. Toman decisiones concernientes al qué, cómo, cuándo, para qué y con qué enseñar. De ahí que según una de las teorías de la Sociología de la Educación, donde los aportes de Paul Goodman, Everett Reimer, Iván Illich, Andersen, Hansen y Jansen (entre otros), consideran que la escuela guarda una estrecha complicidad con intereses económicos y políticos, que están reproduciendo las desigualdades de la sociedad y que la han convertido en un producto de consumo y no como una institución al servicio del ser humano.

En suma, mientras las decisiones políticas no respondan al nuevo planteamiento de educación, será casi imposible alcanzar los objetivos propuestos. De la misma manera la cultura y las relaciones de poder influyen en este modelo, por lo que se citará a Benjamin (2002) para que cierre este apartado y permita iniciar la reflexión al respecto:

[…] los instrumentos de juicio utilizados para determinar habilidades intelectuales (y escolares) que son parte de aparatos de conocimiento y de poder representan una forma de subordinación intelectual que coloca a determinados estudiantes (también quizás a centros y profesores) en relaciones de subordinación formulando expectativas académicas normativas fuera de su alcance (Bejamin, 2002)

1.4             La administración escolar, el currículo, enseñanza-aprendizaje y profesionales de la educación en la educación inclusiva
Frecuentemente cuando se habla de administración escolar, la primera persona que se viene a la mente es el director, quien, si bien es importante para dinamizar procesos (pedagógicos, de gestión y administrativos, financieros y de recursos humanos) en las instituciones educativas, también es el llamado a practicar y modelar los valores que en el ideario de los centros escolares existen. Y en el marco de la educación inclusiva también deberá convertirse en el primer interesado en la toma de decisiones en el marco de la democracia participativa, en la que se involucre no solo a docentes y estudiantes que ya han demostrado interés por participar y por formular propuestas concretas para mejorar la calidad de la educación en la institución. Sino que también, está llamado a involucrar o buscar estrategias para hacerlo, con docentes y estudiantes que pocas oportunidades han tenido para expresar sus opiniones y presentar sus propuestas. Unido a esto, será necesario incluir en la toma de decisiones a madres, padres o referentes familiares del estudiantado, y al resto de actores de la comunidad ampliada que también conocen y forman parte de la realidad interna como externa del centro educativo.

Las escuelas, independientemente de su ubicación y características, deben responder al conjunto de planes, programas y criterios estipulados en el documento llamado currículo. Pero hablar del tema del currículo, necesariamente hará que se retomen nuevamente vectores anteriores, como la política, ideología y ética, ya que dependerá de las decisiones que tomen el director o el grupo de docentes, que participen en la elaboración de los planes para el centro educativo, en cuanto a las siguientes preguntas: ¿para qué enseñar? ¿qué enseñar? ¿cómo enseñar? ¿cuándo enseñar? ¿con qué enseñar? ¿quiénes participarán en el proceso de enseñanza-aprendizaje?

Una de las primeras decisiones que requiere ser abordada para superar el problema de la exclusión en las instituciones educativas hace referencia a superar la “pedagogía de la pobreza” (Haberman, 1991), por una pedagogía en donde la calidad intelectual de los contenidos, cultivo del pensamiento, conexión con la vida y el mundo de las personas, reconocimiento honesto y equitativo de sus debilidades y puntos fuertes, un clima escolar de trabajo exigente y con los apoyos debidos, sea lo cotidiano que se observe en los diferentes salones de clase (Escudero & Martínez, 2011). Lo anterior no solo marca la pauta para comprender la importancia del currículo en el tema, sino también el rol que deberán desempeñar docentes y otros profesionales de la educación si se quiere llegar a la inclusividad.

1.5              Comunidad educativa y el tejido social, más que complementos para la educación inclusiva
Garantizar los objetivos de la educación inclusiva y desarrollar acciones que favorezcan la sostenibilidad de la misma, no solo es responsabilidad de docentes o de la escuela, como actores e instituciones sociales llamados a atender el proceso que garantiza la reproducción de la cultura en la sociedad, sino también; de las familias, comunidades y sociedad en general que deben preguntarse ¿qué tipo de ciudadanos necesita para un futuro a medio y largo plazo? Y sobre todo, debe cuestionarse ¿cuál debe ser su aporte concreto para garantizar que el perfil final sea el deseado? Y la escuela junto a todas las personas involucradas deberán gestionar, crear y sobre todo, sostener alianzas con los sujetos anteriormente mencionados para no pretender ejecutar una tarea tan grande como una institución aislada.

El tema de la educación inclusiva podría considerar más vectores para su análisis, pero no se pretende realizar un estudio exhaustivo, más bien se busca comprender las dimensiones del término y conocer qué se está haciendo o qué se está logrando en dicho ámbito, no solo para tomar nota de la realidad, sino también para vislumbrar posibles proyectos o caminos que aún no han sido abordados y que permitirían reducir o al menos generar una respuesta a los grandes retos que este enfoque exige, pues tratar de erradicarlos completamente y en poco tiempo, solo a través de una vía sería poco viable.

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